Muchos han puesto en duda su existencia, pero yo lo conocí de cerca. Desde temprana hora, una larga cola delataba su ubicación en aquel rincón perdido, uno de los barrios más deprimidos y violentos de la ciudad, a donde llegaba todos los días en su viejo Volkswagen a dar consulta médica. Sus diagnósticos eran certeros; los tratamientos, eficaces, en tanto que sus honorarios eran mínimos. Con ello se ganó el cariño y respeto de la gente, pero sus colegas de las cercanías lo consideraban un peligro desde que instaló su consultorio en un modesto local en la calle de Lago Ness.