Todas las noches, cuando la abuela duerme, la vida empieza para él. Por fin puede ir por los víveres, dedicarse a sus obras y pasatiempos, leer, escuchar la música que le gusta, ver un rato el televisor hasta quedar dormido antes de que el gallo cante. Para cuando ella despierta poco después, el abuelo está muerto.

Un resorte interno, algo enmohecido, lo reanima a medias. Como autómata, la baña y viste, prepara el desayuno, pasean por el jardín, la atiende y lee un libro en voz alta para ella, hasta que se les cierran los ojos y dormitan unos minutos. Así transcurre el día en un estado cercano a la catalepsia. Al llegar la noche y ella duerme, y él resucita nuevamente de su muerte diaria.