En sus viajes al futuro siempre se topaba con algo nuevo, digno de ser relatado. Pero, “eso”, era insólito. El que en principio parecía un alto y erguido ser humano, se arrojó a sus pies moviéndose como un reptil, para luego abrazarla con múltiples extremidades. Contuvo la respiración y se quedó quieta, mientras aquel ser le murmuraba frases incomprensibles y rozaba su cuerpo contra el suyo. Después de unos minutos, desapareció tan rápido como había llegado. Ella trató de recobrar la calma y de encontrar una explicación para aquello que acababa de vivir. ¡Lo lograron!, se dijo. Por años, los científicos buscaron la manera de programar súper humanos desde la gestación, de determinar el color de piel, ojos, cabello; de manipular la estatura, el peso, la fuerza corporal; de elevar los diversos tipos de inteligencia hasta su máximo posible. Pero tenían que ir más allá. ¿Por qué no crear humanos que respondieran a las necesidades del gobierno, la sociedad, la industria, la cultura? Y entonces crearon seres con múltiples brazos, piernas, ojos; con cuerpos flexibles, elásticos, maleables, con varios pulmones, branquias y escamas para vivir dentro y fuera del agua, con o sin oxígeno, con partes desmontables incluso. Pero no contaron con que estos seres se reproducirían entre sí dando paso a mutaciones infinitas, sin cambiar de fondo el orden social ni su “naturaleza humana”.
Miranda Tempo
28 de March de 2019 / 17:10
 

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