No podía creer lo que veía, en sus viajes al futuro siempre encontraba algo nuevo, pero “eso” era insólito. Se movía a ratos como un reptil, en otros momentos como un pulpo y de pronto parecía tan erguido como un humano de dos metros. Aunque trató de no ser visto, aquel ser lo miró con los ojos más inteligentes que había visto, le habló con una voz profunda, hermosa, eterna, para luego desaparecer tan rápido como había llegado. Con enorme curiosidad consultó a una de las científicas más importantes del siglo 25. Por años buscamos una manera de programar súper humanos desde la gestación, dijo ella, de determinar características físicas como el color de piel, ojos, cabello; de manipular la estatura, el peso, la fuerza corporal; de elevar los diversos tipos de inteligencia hasta su máximo posible. Pero habría que ir más allá. ¿Por qué no crear humanos que respondieran a las necesidades del gobierno, de la sociedad, de la industria, de la cultura? Y entonces creamos seres con múltiples brazos, piernas, ojos; con cuerpos flexibles, elásticos, maleables, con partes desmontables incluso. Con cinco pulmones, branquias y escamas para vivir dentro y fuera del agua, con o sin oxígeno. El límite era la imaginación. Con lo que no contamos fue con las decisiones de la propia naturaleza y con que estos seres se iban a reproducir entre sí dando paso a mutaciones infinitas
Miranda Tempo
13 de March de 2019 / 15:42
 

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