—Yo no tengo la culpa, es la naturaleza misma —se quiso defender el hombre.
—Pero es usted quien mato a la víctima, ¿no? —interpeló el fiscal.
—Si, eso no lo niego, aunque no es mi culpa, como dije antes, que poder tenía yo para resistir.
—Bueno, ¿le disparó o no al occiso? —exigió el que lo acusaba.
—Si, le disparé varias veces, hasta que cayó muerto.
—Entonces usted lo mato, déjese de tonterías —repuso el abogado dando un manotazo en el escritorio.
—Señor juez, yo no soy el culpable, el malhechor es mi árbol genealógico que está lleno de asesinos ilustres.
—¡Inocente! —declaró el señor juez que imaginaba las ramas mortales de ese árbol asfixiándolo en un abrazo mortal.