Al atardecer y hasta después de la medianoche se daba cita con las criaturas más repugnantes y temibles. Las oía salir de sus sepulcros, reptar, escalar por las paredes y los techos y proferir gritos horrendos. Disfrutaba con los tormentos a los que sometían a sus víctimas y saboreaba su sangre. En ocasiones sentía un leve escalofrío cuando clavaban sus colmillos o hundían sus garras en una presa. De la mano de ellas, descendía hasta abismos inimaginables, más allá del infierno y de las pesadillas más espeluznantes. Al terminar el aquelarre, luego de un bostezo y de estirar los brazos, daba un último sorbo a la taza de té, dejaba el libro en turno sobre el brazo del sofá y se iba a la cama después de rezar cuantas oraciones y conjuros conocía. No era por miedo que revisaba que la estaca, su pistola y la bala de plata estuvieran en el cajón de la mesa de noche, sino por simple precaución, y que el crucifijo bajo el colchón siguiera ahí, lejos de miradas curiosas e indiscreciones que pudieran calificarlo injustamente de cobarde y supersticioso.
Frío lento
20 de November de 2020 / 05:43
Juicio a la ligera 20 de November de 2020 / 05:43
Frío lento
COMENTARIO DEL TALLER 23 de November de 2020 / 11:25
Paola Tena
Hola, Paola 30 de November de 2020 / 10:35
Frío lento
 

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