Al terminar de leer el relato de Borges recordó una frase que se grabó en su memoria: “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”. Comprendió entonces que el Aleph es el centro de la conciencia universal, que se proyecta a través de la infinidad de facetas de un poliedro que a simple vista semeja una esfera y se nutre de lo que se filtra a través de ellas, donde el centro está en todas partes y la circunferencia, en ninguna. Entendió que la nada y el todo son una misma entidad y que la probabilidad de que ocurra lo imposible jamás es nula. Heisenberg, Shrödinger, Hawking y muchos otros científicos pueden asegurarlo en un lenguaje que, por desgracia, no todos comparten.