Ictus
Las manos de la enfermera manipulan su cuerpo tullido para colocarle uno de esos pañales impermeables que usaban sus nietos. Quiere protestar, pero solo emite un gruñido al que responden unas palmadas que intentan tranquilizarlo. Huele a desinfectante. Ignacio espera a que la habitación quede en penumbra y con la mano izquierda, esa que aún mueve a duras penas, despega los adhesivos y se arranca con rabia el humillante artilugio. El sopor agitado se va convirtiendo en sueño.
El líquido caliente que corre por sus muslos lo despierta, como todas las noches desde que murió mamá. No vuelve a dormirse. A la mañana, mientras sus hermanos se levantan, Nacho se tapa la cara hasta que la tata Carmela da un tirón de la ropa de cama. ¿Otra vez, cochino?, lo increpa y, como cada día, cuelga las sábanas en el tendal del patio, con la mancha amarilla a la vista de todos los vecinos. Pero hoy va a demostrarle que no es un niño pequeño. Arranca sábanas con rabia y, haciéndolas un lío, las lleva a la pila, las enjabona y las tiende, blancas al sol del otoño. Sin tiempo para desayunar, coge la cartera del colegio. No sabe por qué disfruta tanto de la pericia de su mano derecha al agarrarla; de la fuerza con que, sin perder el equilibrio, da un puntapié a una piedra; de la claridad con que, mirando al cielo, su boca articula las palabras: "Mami, nunca más, te lo prometo".
El líquido caliente que corre por sus muslos lo despierta, como todas las noches desde que murió mamá. No vuelve a dormirse. A la mañana, mientras sus hermanos se levantan, Nacho se tapa la cara hasta que la tata Carmela da un tirón de la ropa de cama. ¿Otra vez, cochino?, lo increpa y, como cada día, cuelga las sábanas en el tendal del patio, con la mancha amarilla a la vista de todos los vecinos. Pero hoy va a demostrarle que no es un niño pequeño. Arranca sábanas con rabia y, haciéndolas un lío, las lleva a la pila, las enjabona y las tiende, blancas al sol del otoño. Sin tiempo para desayunar, coge la cartera del colegio. No sabe por qué disfruta tanto de la pericia de su mano derecha al agarrarla; de la fuerza con que, sin perder el equilibrio, da un puntapié a una piedra; de la claridad con que, mirando al cielo, su boca articula las palabras: "Mami, nunca más, te lo prometo".
Circe
16 de August de 2018 / 17:56
16 de August de 2018 / 17:56
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