Dilución olfativa
Me cansé del olfatear el trasero de otros perros, de oler la misma marca de croqueta barata. Desprecié el apestoso celo de mis congéneres, la fragancia de las farolas, la mezcla de las heces con la lavanda, el orín en las llantas de los autos, o el hedor de cualquier chunche. Preferí, en cambio, el olor de los humanos, absurdo y complejo a la vez. Me gusta, por ejemplo, percibir el aroma a menstruación de la mujer madura, la culpa honesta del borracho, concentrada en la espumosa orina, con notas a daño renal. Me estremecen las sutiles feromonas de los escuincles enamorados, tan primerizos y precoces.
¡Ah! ¡humanos!, me fascinan y al mismo tiempo les compadezco. Son cortos de nariz, se conforman con tan poco. Por ejemplo, con el aroma de la cerveza artesanal o el obvio cítrico de sus perfumes. Preocupados constantemente por su mal aliento o por la humedad de sus axilas, pero no se percatan del incipiente olor a cáncer de próstata. Creen que nos asustan con sus piedras invisibles pero son ellos quienes se engañan. Tan solo miren a esos dos sentados en la banca del parque, o más bien olfatéenlos. A simple nariz son una pareja desdichada, emitiendo el rancio olor del resentimiento y de la súplica desesperada. Sin embargo, sus olores se corresponden: la lencería de ella en el cuello de él; los besos de él en el pubis de ella.
Olorosos y confundidos, discuten. En un arrebato el hombre suelta la mano de ella y se marcha. Por lo visto, jamás se reencontrarán. El rastro olfativo se perderá en unos días. Paulatinamente, cada uno dejará de oler al otro. El aroma a semen en la falda de ella será lo último en desaparecer.
¡Ah! ¡humanos!, me fascinan y al mismo tiempo les compadezco. Son cortos de nariz, se conforman con tan poco. Por ejemplo, con el aroma de la cerveza artesanal o el obvio cítrico de sus perfumes. Preocupados constantemente por su mal aliento o por la humedad de sus axilas, pero no se percatan del incipiente olor a cáncer de próstata. Creen que nos asustan con sus piedras invisibles pero son ellos quienes se engañan. Tan solo miren a esos dos sentados en la banca del parque, o más bien olfatéenlos. A simple nariz son una pareja desdichada, emitiendo el rancio olor del resentimiento y de la súplica desesperada. Sin embargo, sus olores se corresponden: la lencería de ella en el cuello de él; los besos de él en el pubis de ella.
Olorosos y confundidos, discuten. En un arrebato el hombre suelta la mano de ella y se marcha. Por lo visto, jamás se reencontrarán. El rastro olfativo se perderá en unos días. Paulatinamente, cada uno dejará de oler al otro. El aroma a semen en la falda de ella será lo último en desaparecer.
kyo
13 de April de 2023 / 12:28
13 de April de 2023 / 12:28
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