Intento III
Hola, profe, lo dejo a su decisión. Hice arreglos (guión largo, etc.):
Scheherezade
Jorge Luis Borges, al llegar al cielo, preguntó dónde estaba Scheherezade.
—Estimado señor, ella entretiene al jefe para demorar el apocalipsis —dijo San Pedro y agregó—: Si gusta puede jugar en solitario una partida de ajedrez con piezas indias o romanas frente a un espejo veneciano.
Borges agradeció la oferta y pensó: “Scheherezade, ahora que puedo ver y no soy todo oídos, estás con el demiurgo”.
—¿Y dónde está mi Beppo?— preguntó también Borges.
—El gato está con la cuentista. Ella lo adoptó como mascota.
En el momento en que un grupo de ángeles traía el espejo y la mitad de un tablero de ajedrez, la cuentista salía del cuarto principal a fumar un cigarrillo.
—¿Scherehezade?— inquirió el escritor al verla.
—Sí, soy yo ¿Borges, el gran cuentista, Borges?
—Sí, querida, soy su fan— respondió él, con entusiasmo.
—Te necesito, estimado Jorge... quiero que me reemplaces para tomar un poco de aire.
—Mujer, no me considero a su altura— respondió Borges, confundido.
—Sí que lo estás— aseguró la cuentista, al tiempo que introducía a Borges en la suite presidencial, cerrando la puerta.
Al cabo de dos horas, Scherehezade tocó la puerta y Dios respondió:
—¿Qué quieren?
—Soy yo, mi señor, su cuentista.
—No me molesten, estamos en una conversación, una consulta entre hombres.
San Pedro retiró a la mujer de la puerta, diciendo:
—No te preocupes. Lo bueno que eres la siguiente en la fila.
Al pasar los años, Juan Rulfo, Bukowski (botella de vino en mano), Emerson, Dostoyesvki, le iban robando lugares en la fila a la cuentista persa. Detrás de ella se sumaban Isabel Allende, Louisa May Alcott, Storni, solo mujeres, mientras se oían las carcajadas de Dios y el maullar de Beppo, al lado de la puerta, en el interior de la suite.
Scheherezade
Jorge Luis Borges, al llegar al cielo, preguntó dónde estaba Scheherezade.
—Estimado señor, ella entretiene al jefe para demorar el apocalipsis —dijo San Pedro y agregó—: Si gusta puede jugar en solitario una partida de ajedrez con piezas indias o romanas frente a un espejo veneciano.
Borges agradeció la oferta y pensó: “Scheherezade, ahora que puedo ver y no soy todo oídos, estás con el demiurgo”.
—¿Y dónde está mi Beppo?— preguntó también Borges.
—El gato está con la cuentista. Ella lo adoptó como mascota.
En el momento en que un grupo de ángeles traía el espejo y la mitad de un tablero de ajedrez, la cuentista salía del cuarto principal a fumar un cigarrillo.
—¿Scherehezade?— inquirió el escritor al verla.
—Sí, soy yo ¿Borges, el gran cuentista, Borges?
—Sí, querida, soy su fan— respondió él, con entusiasmo.
—Te necesito, estimado Jorge... quiero que me reemplaces para tomar un poco de aire.
—Mujer, no me considero a su altura— respondió Borges, confundido.
—Sí que lo estás— aseguró la cuentista, al tiempo que introducía a Borges en la suite presidencial, cerrando la puerta.
Al cabo de dos horas, Scherehezade tocó la puerta y Dios respondió:
—¿Qué quieren?
—Soy yo, mi señor, su cuentista.
—No me molesten, estamos en una conversación, una consulta entre hombres.
San Pedro retiró a la mujer de la puerta, diciendo:
—No te preocupes. Lo bueno que eres la siguiente en la fila.
Al pasar los años, Juan Rulfo, Bukowski (botella de vino en mano), Emerson, Dostoyesvki, le iban robando lugares en la fila a la cuentista persa. Detrás de ella se sumaban Isabel Allende, Louisa May Alcott, Storni, solo mujeres, mientras se oían las carcajadas de Dios y el maullar de Beppo, al lado de la puerta, en el interior de la suite.
Héctor
30 de March de 2023 / 11:34
30 de March de 2023 / 11:34
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