Con el sonido del click abro los ojos. En la oscuridad de tinta china los indicadores parpadean: todo normal, según esto. Algo me dice que no es así, pero no hay mucho tiempo para verificar. De hecho, cada ciclo es más breve: la energía se agota, el viaje es largo. Además, lo que perciba no importa.

El sistema hace la revisión programada: el ahorro de energía la limita a la condición de los libros almacenados y al check up de mi integridad: si yo fallo, la biblioteca se perderá. Aunque, ¿para qué hacer esto? El sistema se activó porque ya no había nadie que pudiera consultar mis archivos. Allí empezó la búsqueda de alguna entidad capaz de leer este enorme testamento.

Ya perdí la cuenta del tiempo transcurrido. Como cada ciclo, antes de apagarme pienso: “Hoy tampoco”.

Suena el click, otra vez.