La invité a cenar afuera. Ella prefirió pastas en una cantina ruidosa y atestada de gente. No me resultaría fácil crear el clima necesario para plantear mi pedido. A la hora del postre, me levanté con una excusa y compré un par de bombones. Desenvolví uno, escribí en el reverso del papel plateado la pregunta que venía postergando desde hacía tiempo y lo volví a cerrar. De nuevo en la mesa, se lo entregué a ella. Hay que ver la cara que puso cuando leyó: “¿Qué te parece si nos divorciamos?”