Deambulan por la casa durante el día; con frecuencia, también por la noche. Abren cajones y puertas, cambian cosas de lugar, husmean por aquí y por allá y todo les parece nuevo y ajeno, mientras dan vueltas dentro del caos que reina en su cabeza y sin tomar conciencia de la angustia que llevan a cuestas. En ocasiones intentan escapar a la calle o quizás, de su propia realidad. Luchan y se afanan en buscar los tiempos extraviados, los recuerdos carcomidos por un virus invisible, por esa enfermedad, tan familiar y cercana, que aún nadie conoce con certeza. Buscan los nombres y lugares perdidos en el desastroso naufragio de sus mentes. Será imposible hallarlos a medida que los cubran las olas de los días y la arena de los meses por venir. Será en un mañana incierto cuando la marejada de la muerte los descubra sin remedio. Confío en poder permanecer un poco más, para cerrar las puertas y las heridas del alma que han quedado abiertas, antes de que olvide empacar los buenos recuerdos de una vida con quien hoy es el fantasma que vive en nuestra casa y que, como la existencia, se escapen por entre los dedos.

También busco respuestas, acaso una pista o una clave, quizás sea luz o un poco de claridad en el camino, tal vez un conjuro que ahuyente a esos espectros de carne y hueso, más tangibles y enloquecedores que los etéreos. Más dolorosos. Alguien en el futuro me lo agradecerá.