El brujo leía el conjuro desde lo alto de la montaña. Él impediría a toda costa que aquel hechicero despertará al ser primigenio que destruiría el mundo con su nacimiento. La tierra temblaba con movimientos de parto. Él saltaba de peñasco en peñasco, mientras el suelo se abría dejando salir lenguas viperinas de fuego que probaban sus tobillos. Sujetó al mago por el cuello y detuvo la invocación. Sin embargo, los temblores y la conflagración no se detenían. La invocación era un mero pretexto para darles importancia, hacerles jugar un papel en un juego donde no contaban. El tiempo había llegado y estaba por concluirse. Ël, el mago, todos, la humanidad entera no eran más que insectos que serían aniquilados por la eclosión del globo terráqueo que quedó vacío cuando aquel inconmensurable ser emergió para desplegar sus alas continentales.
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20 de November de 2020 / 23:58
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