Mientras espera, toma un libro al azar del estante en el café literario, se sienta en una mesita y abre una página al azar. El título del relato –El Aleph– le causa curiosidad. Después de una primera parte desconcertante, se percata de que está atrapado en la lectura y continúa. El escritor narra entonces que vio una esfera diminuta y el universo en ella, y abunda en las múltiples visiones que ésta le provoca. Ocurre lo insólito: las letras, palabras y metáforas saltan del papel para ser percibidas como imágenes en las que ve el andamiaje y la tramoya del cosmos, el origen y el fin, la vida y la muerte, a la humanidad entera reflejada en él y él en ella. Ve el tiempo y el espacio en eterna circunvolución, el mar intenso y el cielo furioso hermanados en el horizonte, ve el sol, los planetas y sus lunas, las estrellas y galaxias, los recuerdos; ve el pasado, el presente y el futuro. Al terminar, voltea a ver el reloj y advierte que no han transcurrido más de veinte minutos que le parecieron días. Una sensación incómoda lo obliga a observar alrededor para descubrir que todas las caras y los ojos, que se miran en él como en un espejo, le son inexplicablemente familiares.