No soy nadie en este mundo. Tengo 32 años, las avenidas grandes y callejones oscuros son mi hogar; mi único acompañante de aventuras es una pequeña charola de plástico donde, con suerte, puedo llegar a recolectar cincuenta pesos. De repente, todas las personas que recorrían estas familiares calles dejaron de hacerlo, apenas logro ver personas con batas apresuradas.

Hoy es mi décimo quinto día, y mis ojos pesan, no he dejado de toser y ya mi garganta me raspa, en mi vida entera he tenido esta sensación, aquella en la que mis pulmones no se llenan de aire, una sensación de ahogamiento. Creo es mi último día en la faz de la tierra, pero no importa, pues no soy nadie en este mundo.