Trabajar desde casa no era lo mismo. Aquí no estaba la asistente que le preparaba el café, ni tenía empleados a quienes dejarles el trabajo tedioso. Tampoco los chicos de administración con quienes jugaba bromas todo el día, ni la sonrisa amable de la gerente de ventas. Solo estaban su mujer que no le servía ni un vaso de agua, sus hijos haciendo ruido y jugando todo el día, los vecinos discutiendo y la suegra siempre inoportuna y amargada. Antes de morir por el virus, tuvo un atisbo de lo que le esperaba en el infierno. Eso sí resultó ser lo mismo.
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Lucía
 

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