En Carta del apóstol san Blas a los parralenses descubriremos las principales virtudes de todo buen narrador: una imaginación rica y controlada que le permite revelar lo real a través de lo fantástico; la capacidad de re-crear personajes sólidos y convincentes, dueños de hablas singulares y llamativas; el manejo de variados recursos y cadencias que favorecen relatos con notables y sonoros efectos rítmicos; una alta capacidad para activar desenlaces contundentes, bien por su calidad sorpresiva o bien por condensar y desplegar vívidas imágenes y ambientes en unas cuantas líneas. Entre todo eso, sin embargo, sobresale un valor que no muchos libros de cuentos poseen: su poderío para hacer de una ciudad una evocación —atmosférica, argumental, sociológica, histórica— que lo recorre de principio a fin. Ciudad Juárez suele despertar ese tipo de afectos y obsesiones. Por eso notamos en estos relatos, a diferencia de las cartas apostólicas de la tradición cristiana—destinadas a moralizar y adoctrinar—, un tono paródico, crudo y directo, que describe una sociedad sin el ánimo de calificarla o asumir una postura comisarial. La ciudad que aquí escucharemos y caminaremos nos aguarda para atraparnos y volvernos parte de ella.
David Ojeda
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