“El dolor es puro como una esencia, como el aceite de sándalo”. “La gente tiende a subestimar la maldad”. “El filo de un cuchillo también refleja la luz”. “El placer amalgamado con el terror era como tener hambre y comer vidrios”. “La ley del talión la escribieron, después de todo, los judíos”. “Jesús, Alá, Jehová, si existe, no sirve para nada (…) Tiene la misma eficacia que una pata de conejo”, son algunas frases que Liliana V. Blum pone en boca de sus personajes.
“Pertenezco a la raza que Hitler quiso obliterar del planeta. No hice nada para merecer la muerte ni tampoco la salvación, pero aquí estoy”, reconoce la narradora y siente la obligación de contar la historia de dos ancianos que comparten, además de un siniestro tatuaje en el antebrazo, la estadía postrera en una clínica de México. Un par de sobrevivientes de Auschwitz, del horror de la “Shoah, La solución final” que, sin duda, tienen mucho que contarse pero que no llegan a conocerse. La protagonista se encarga entonces de hacer un puente entre ambas historias que devienen en muchas otras.
¿Otro libro sobre el holocausto? Sí, nunca serán demasiados.
Gustavo Marcovich Padlog
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