En su lecho de muerte, el rey llama al primer ministro para confiarle su última voluntad:
–Deseo que mi cuerpo sea donado a la ciencia para su estudio, a la Real y Pontificia Universidad. Con ciertas excepciones, claro.
–Por supuesto majestad, vuestros deseos son órdenes. ¿Cuáles son ellas?
–Mis manos deben ser enterradas en alguno de los campos de batalla donde aniquilé a mis enemigos y gané tanta gloria; mis pies, a la entrada de palacio, donde mil veces esperé la llegada de mi dulcinea, la amada reina, que nunca llegó; y por último, mi corazón, debe ser sepultado en el estadio de los Aguiluchos Reales, el equipo de mis amores.
–Muy bien, mi señor. Se cumplirá vuestra real voluntad al pie de la letra. Veamos… vuestra regia testa y lo que resta a la ciencia, ¿verdad? Je, je, salió en verso –remató con una risita simplona.
–No te rías. Dije el cuerpo, c-u-e-r-p-o, idiota. La cabeza la perdí hace mucho tiempo. ¿No lo habías notado?
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22 de March de 2020 / 03:32
Hágase su voluntad (No concursa, obvio ya es 21) 22 de March de 2020 / 03:32
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