Decían en el pueblo que a doña Luz se le había metido el diablo. No había otra forma de explicar que un día sí y otro no, encaramada en el barandal del balcón, botara prendas, pertenecías y valores a voz en cuello; aunque no faltaba quien lo interpretara como un acto de caridad, muy al estilo excéntrico de aquella vieja rica de abolengo.

Pero lo que no merecía perdón de Dios, ni de las almas cristianas y piadosas, era su costumbre de salir desnuda a la calle a hacer desfiguros y gritar majaderías a quienes pasaban por ahí.

Primero fueron la belladona y otras hierbas, las sanguijuelas, después los baños de agua fría y más tarde los azotes que, por recomendación del señor cura y con la venia del doctor, la harían entrar en razón y expulsar al demonio que la poseía. Nada funcionó, ni siquiera el exorcismo que practicó el obispo traído de la capital.

Por aquellos días se supo de un tratamiento novedoso que había tenido éxito en algunos endemoniados como ella. Cuando regresó de los Estados Unidos donde fue tratada con descargas eléctricas, era otra. Pálida, deprimida, con la faz desencajada y los ojos fijos, permanecía mirando al vacío por horas. Murió con el año, el día último de diciembre.

Dicen por ahí que hubo dispensa del párroco y del alcalde para que fuera sepultada en el patio de la casona, junto a la fuente. Nadie quería que sus difuntos en el panteón tuvieran malas compañías.
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10 de March de 2020 / 21:10
Malas influencias 10 de March de 2020 / 21:10
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Fe de e-rata 11 de March de 2020 / 21:48
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Taller 05 de April de 2020 / 14:02
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