Al descubrir fósiles de huellas humanas en la caliza, se olvidó del calor del horno, del sol, de la sed, de las cápsulas de H20 que equivalían a un jornal de trabajo. En lugar de destrozar las compresiones a mazazos para obtener la cal, puso los pies sobre ellas y siguió el rastro. Sonrió al pensar, por la posición de los dedos y el arco del pie, en lo encorvado del tipo e intentando imitar esa postura arcaica, dio un traspié. Todo se oscureció. “¿Tanto duraron sus juegos que había anochecido sin saberlo?” Lo único visible era una superficie cristalina en donde la imagen de la luna descaderada se movía como la cola de un gato al acecho. Era agua en su estado salvaje. Como la describían los libros de los abuelos antes del cambio climático. Bebió el líquido hasta agotarse y quedarse dormido al borde del estanque. Con el despuntar del día, se miró en el espejo de agua y pudo reconocer sus ojos bajo los pronunciados arcos superciliares de la cara simiesca. Con una vara como apoyo, se internó tierra adentro. Atrás, dejó abandonada una vacía piel de homo sapiens que, con un soplo de viento, se perdió en la noche de su antiguo mundo.
José M. Nuévalos
27 de February de 2020 / 17:07
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