De niña la llevaba de la mano, jugando a ir y venir como olas en la orilla. Fue después un amante voraz. La colmaba de regalos que luego le arrebataba caprichoso para volver a entregarle otros nuevos. A veces él se detenía. En ese instante de pausa cabía toda la luz del mundo; pero, si el paréntesis se alargaba, un olor a agua podrida dejaba al descubierto su naturaleza traicionera. Ahora, al tiempo que pasa ella no le perdona que, convertido en marido indiferente, la conduzca del brazo, con su tic-tac feroz, hacia la meta.
Raquel
09 de January de 2020 / 04:39
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Raquel
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Lucía
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Circe
 

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