Todo o nada
Todo o nada
Ya no le quedaba ni un centavo. La mirada burlona del tipo de enfrente lo decía todo: “Otra vez, lo perdiste todo”. Se levantó como pudo, presionado por el peso de la derrota. “¿Te vas tan pronto?”, “Ya sólo tengo mi vida”, “Apuéstala”.
Se sentó nuevamente en el banco. El tallador hizo volar las cartas. A cada minuto el rostro se le ensombrecía. “¿Tienes algo más que la vida; familia, por ejemplo? “ Esa no es mía para apostarla” “Por esta vez lo dejaremos pasar” La cara de su contrincante podía haber sido tallada en mármol, no había emoción alguna. Pero en sus ojos brillaban todas las llamas del infierno tentándolo.
El último juego no lo podía perder. El primer as alojó en su garganta un trozo de esperanza que amenazaba con ahogarlo. El segundo, le devolvió la reparación. El tercero fue como estar en un sueño. El cuarto, y el grito de euforia se liberó.
“Llévate el dinero, y la vida de tu familia, pero tu vida nunca la aposté. Sigue siendo mía”. No había caído en cuenta en ese detalle. Por más que insistió y rogó no obtuvo revancha alguna.
Regresó a casa como autómata. Puso la bolsa con el millón de pesos en la sala. Cuando Tomó el arma y la puso contra su cabeza era como si la mano de alguien más al sostuviera. Tenía sentido, esa ya no era su vida. El gatillo estaba algo duro.
Ya no le quedaba ni un centavo. La mirada burlona del tipo de enfrente lo decía todo: “Otra vez, lo perdiste todo”. Se levantó como pudo, presionado por el peso de la derrota. “¿Te vas tan pronto?”, “Ya sólo tengo mi vida”, “Apuéstala”.
Se sentó nuevamente en el banco. El tallador hizo volar las cartas. A cada minuto el rostro se le ensombrecía. “¿Tienes algo más que la vida; familia, por ejemplo? “ Esa no es mía para apostarla” “Por esta vez lo dejaremos pasar” La cara de su contrincante podía haber sido tallada en mármol, no había emoción alguna. Pero en sus ojos brillaban todas las llamas del infierno tentándolo.
El último juego no lo podía perder. El primer as alojó en su garganta un trozo de esperanza que amenazaba con ahogarlo. El segundo, le devolvió la reparación. El tercero fue como estar en un sueño. El cuarto, y el grito de euforia se liberó.
“Llévate el dinero, y la vida de tu familia, pero tu vida nunca la aposté. Sigue siendo mía”. No había caído en cuenta en ese detalle. Por más que insistió y rogó no obtuvo revancha alguna.
Regresó a casa como autómata. Puso la bolsa con el millón de pesos en la sala. Cuando Tomó el arma y la puso contra su cabeza era como si la mano de alguien más al sostuviera. Tenía sentido, esa ya no era su vida. El gatillo estaba algo duro.
Caim Reyes
01 de October de 2019 / 09:05
01 de October de 2019 / 09:05
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