Sel. del 19 de agosto: Aniversario (por Mapache)
Dicen que los ríos no tienen memoria. Hace cinco años que mi esposo Oscar, mi hija Valeria, y yo, decidimos dejar El Salvador para irnos a México y pedir asilo político en Estados Unidos.
Matamoros fue la ciudad fronteriza donde esperamos durante meses. La pobreza, la incertidumbre y la tardanza de los trámites nos obligaron a tomar la decisión de cruzar nadando el Río Bravo.
Ni Oscar ni yo sabíamos nadar. Menos Valeria con apenas dos años. Ese día, parados frente al rio y tomados de la mano, le pedimos a la virgen de la Paz que nos diera alas para volar, y no tocar el agua.
Cuando estábamos listos para cruzar el río, aterrada descubrí que la cadenita con la medalla de la virgen no colgaba del cuello de Valeria. Por eso le supliqué a Oscar que regresáramos a casa.
Necio me arrebató de los brazos a Valeria y la acomodó en su espalda dentro de su camiseta y sin darme tiempo saltó al río. Me quedé paralizada rezando por un milagro. Llegaron a la otra orilla. Interrumpí mis rezos. Oscar dejó a la niña y regresó a ayudarme.
Valeria, al ver que su padre se alejaba, entró en pánico y se arrojó al agua. Grité con todas mis fuerzas para alertarlo. Regresó por la niña. Luego, paralizada observé cómo la corriente los hundía.
Año con año con los ojos de la memoria visito el río desde mi orilla, en la cama de un hospital psiquiátrico. Veo a Oscar y a Valeria, conmigo, sin lugar fijo donde vivir, como el agua que fluye, sabia y sin apoyo firme.
Matamoros fue la ciudad fronteriza donde esperamos durante meses. La pobreza, la incertidumbre y la tardanza de los trámites nos obligaron a tomar la decisión de cruzar nadando el Río Bravo.
Ni Oscar ni yo sabíamos nadar. Menos Valeria con apenas dos años. Ese día, parados frente al rio y tomados de la mano, le pedimos a la virgen de la Paz que nos diera alas para volar, y no tocar el agua.
Cuando estábamos listos para cruzar el río, aterrada descubrí que la cadenita con la medalla de la virgen no colgaba del cuello de Valeria. Por eso le supliqué a Oscar que regresáramos a casa.
Necio me arrebató de los brazos a Valeria y la acomodó en su espalda dentro de su camiseta y sin darme tiempo saltó al río. Me quedé paralizada rezando por un milagro. Llegaron a la otra orilla. Interrumpí mis rezos. Oscar dejó a la niña y regresó a ayudarme.
Valeria, al ver que su padre se alejaba, entró en pánico y se arrojó al agua. Grité con todas mis fuerzas para alertarlo. Regresó por la niña. Luego, paralizada observé cómo la corriente los hundía.
Año con año con los ojos de la memoria visito el río desde mi orilla, en la cama de un hospital psiquiátrico. Veo a Oscar y a Valeria, conmigo, sin lugar fijo donde vivir, como el agua que fluye, sabia y sin apoyo firme.
Eusebio Tecate
06 de September de 2019 / 20:08
06 de September de 2019 / 20:08
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