Harto de soportar tan tediosa existencia, contrató a un inmigrante para que viviera su vida mientras él se dedicaba a mirar. Le prestó casa, esposa, hijos, el gato y hasta la ropa interior de marca. Disfrutó tanto como espectador que siguió despojándose de rostro, lengua, uñas, dientes y manos. Hoy, más feliz que nunca, desarmarán su esqueleto y podrá derramarse todavía mejor entre las lindes, la flora y la fauna de su sillón de orejas.
Daniela Truman
03 de September de 2019 / 06:21
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