Todos podríamos ser magos
Al dirigirse a la tienda donde compraría los regalos de Nochebuena para su pequeño hijo enfermo, Felipe pasó frente a dos niños en harapos ateridos por el frío. Prosiguió su camino y más adelante recapacitó. Se olvidó de los obsequios y adquirió ropa, frazadas y comida. Horas más tarde, con las manos vacías y pensativo, regresó a su casa y se puso a trabajar toda la noche.
Al día siguiente salió de prisa. Esperaba encontrar a quien le ayudaría a terminar lo iniciado la noche anterior; después sería demasiado tarde. Tras su regreso, cerca de las nueve, celebrarían la Nochebuena en familia. En la madrugada depositó un delgado paquete con un moño junto al pino de navidad.
Cuando apenas amanecía, Felipe, su esposa y su hijo entusiasmado corrieron a buscar al pie del árbol, donde encontraron un libro encuadernado rústicamente con ilustraciones dibujadas a mano y un cuento que hablaba de una noche fría cuando Papá Noel, en su camino para conseguir los regalos de un niño, encontró a dos pequeños en harapos…
Más tarde llamaron a la puerta. Eran los dos niños acompañados de su madre, con ejemplares del mismo libro y lápices de colores. Venían a jugar con su nuevo amigo y a iluminar los dibujos que había en las últimas hojas. En la mesa había pastel, chocolate y dulces para todos. Desde lejos, Felipe sonreía con su regalo: un corazón endurecido y contrito, al que la magia de esos días y la alegría de los niños le había devuelto la esperanza de un mundo mejor.
Al día siguiente salió de prisa. Esperaba encontrar a quien le ayudaría a terminar lo iniciado la noche anterior; después sería demasiado tarde. Tras su regreso, cerca de las nueve, celebrarían la Nochebuena en familia. En la madrugada depositó un delgado paquete con un moño junto al pino de navidad.
Cuando apenas amanecía, Felipe, su esposa y su hijo entusiasmado corrieron a buscar al pie del árbol, donde encontraron un libro encuadernado rústicamente con ilustraciones dibujadas a mano y un cuento que hablaba de una noche fría cuando Papá Noel, en su camino para conseguir los regalos de un niño, encontró a dos pequeños en harapos…
Más tarde llamaron a la puerta. Eran los dos niños acompañados de su madre, con ejemplares del mismo libro y lápices de colores. Venían a jugar con su nuevo amigo y a iluminar los dibujos que había en las últimas hojas. En la mesa había pastel, chocolate y dulces para todos. Desde lejos, Felipe sonreía con su regalo: un corazón endurecido y contrito, al que la magia de esos días y la alegría de los niños le había devuelto la esperanza de un mundo mejor.
Apóstrofe
12 de December de 2016 / 15:11
12 de December de 2016 / 15:11
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