Hellen está en otro mundo. Antes habitaba el nuestro, el de sus hijos y yo, pero el rugir de las calles la devoró. Ha pasado tiempo desde que podíamos contar con ella, desde que sus ojos azules y su sonrisa constante eran nuestro mejor momento del día. Ya no la puedo encontrar en los lugares comunes; la farmacia, el callejón de los vagabundos, la casa donde venden la piedra, que a muy a menudo intercambia por su cuerpo. Si pasan muchos días sin noticias suyas salgo a buscarla. Esa es nuestra nueva situación, estamos atrapados entre su realidad y la nuestra. Entre la cuchara y la jeringa enterrada en su vena.