De madrugada, en la calle. Una botella de vino en la mano y acompañado de prostitutas. Sin más preocupación que pasarla bien. Es justo después de partirse el lomo toda la semana.
Llega a casa a las cuatro de la mañana y su mujer duerme tranquila. La despierta de un manotazo en la espalda.
—¡Cómo puedes dormir tan campante mientras yo vago en el peligro! –reclama– ¡No te importa que las viejas con las que estuve bailando y manoseando me quiten la cartera, o algún pelado mañoso me mate por unos cuantos pesos! ¡Levántate y hazme de cenar!
—Pe…
—¡Y cállate porque te rompo el hocico! –levanta el puño– Malagradecida. Dejo los riñones por ti y los chamacos en el camión y no eres capaz de esperarme despierta. ¡Tú no me quieres, Adela! ¡No me quieres!
Afuera los gallos cantan y él se pone a llorar como San Pedro.
Laura Elisa Vizcaíno
02 de May de 2019 / 04:19
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