Ya estábamos acostumbrados. Nos pasó cuando vinieron a pedir que toda nuestra gente se fuera del lugar a pesar de que nuestros mismos tatarabuelos habían echado raíces ahí, —La tierra no es de ustedes —dijeron— se tienen que largar.
Decidimos que era necesario contratar a un abogado para que peleara por nosotros, pero el hombre se vendió; perdimos la tierra y el dinero que le dimos. Al abandonar mi casa tuve un sentimiento de pérdida que me estrujó el alma. Pensé que aquí estaríamos bien, no habiendo lago y en el cerro pelón, quien querría arrebatarnos esto, pero la vista de la ciudad es bonita y muy pronto empezaron a venir policías. En las noches se llevaban a la gente a golpes o le prendían fuego a los jacales de cartón y palo. Ardían tan rápido que a veces no daba tiempo de sacar a los hijos. El patrón de ellos no mostraba su cara, era como un diablo que ejercía su poder desde las tinieblas.