"La tercera persona que atraviese la calle sola a partir de las dos de la mañana” es la consigna que le ha tocado, aunque Javi se pregunta si no le habrán hecho trampas. Raúl y Alberto acechan, agazapados tras el contenedor del vidrio; él espera bajo la marquesina del autobús. La niebla ha bajado y hace frío. Han pasado una parejita -no contaba-, un vagabundo con un cartón de vino y una señora que bajó apresurada de un taxi. De pronto la ve llegar. Es Alicia, con la melena anudada en rastas y un jersey de colores. Ha cambiado desde que se sentaba delante de él en las bancas del instituto, pero la sonrisa que se enciende cuando lo reconoce sigue siendo la misma. Quisiera huir, no imaginaba que en aquel barrio lejano fuera a encontrar a alguien conocido, pero Raúl y Alberto siguen ahí, dispuestos a hacerle la vida imposible si se raja. Mete las manos a fondo en los bolsillos, se acerca a la muchacha y se arrodilla avergonzado:

-Si con mi mano, por demás indigna, profano este santo relicario...

La carcajada tintineante de Alicia silencia las malintencionadas de sus colegas.

-¡Javi! ¡El tiempo que hace que no nos vemos y sabes que me han dado el papel de Julieta! Vivo aquí mismo, con unas compañeras. Ven un rato, anda, me cuentas cómo te va y me ayudas a pasar el texto.

Mientras ella lo arrastra de una mano, él alcanza a hacer la V de la victoria con la otra. Prueba conseguida.