Mi futuro dependía del discurso que había preparado para ese almuerzo. Si los políticos presentes no me hacían una sola replica, el puesto como ministro era mío.

La mesa estaba servida con comida hecha por un reconocido chef con tres estrellas Michelin, los cubiertos ubicados según su función -Ni siquiera el ejército norcoreano puede igualar la simetría que reluce aquí- pensé.

El primer bocado hizo una parada en mi camisa. Levanté la mirada y respiré aliviado al ver que todos en la mesa tenían los ojos en sus celulares.

Decidí ir al baño, tropecé con la pata de la mesa y di contra un mesero que pasaba con bandeja en mano. Ahora mi torpeza me había bañado en pastas de todo tipo. Olía a estrella Michelin.

Ni un murmullo, los poderosos políticos continuaban absortos en sus teléfonos.

Resignado con la indiferencia de todos volví a sentarme. Hundí mis codos en los platos, sorbí la sopa. Le robé comida al ministro de Defensa, escupí con vino a la Ministra de Salud.

Decidí que era el momento perfecto para dar el discurso que tanto había ensayado. Llené mi boca de comida y con los cachetes inflados dije:

-Ghjf hsfhkbas kjahbhjbucbi…

Luego de 15 minutos hablando con la boca llena, proseguí con un eructo que se alargó por 30 segundos. Al terminar, los políticos que seguían chateando no pronunciaron una sola palabra.

Mi puesto como ministro de educación estaba asegurado.
Pulmón y medio
18 de November de 2018 / 17:24
Antimanual de Carreño 18 de November de 2018 / 17:24
Pulmón y medio
 

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