—¿Qué harías si una noche cualquiera te dijeran que estás muerto? —le preguntó Ernesto a nuestro amigo Felipe.

—Lo primero —respondió Felipe con cierto desdén en la voz— sería no reunirme con ustedes.

Era de noche y el amanecer nos aguardaba a la vuelta de la esquina. Ernesto volvió a insistir una, dos, tres veces.

—¿Qué harías…?

De pronto Felipe cerró los puños y miró ferozmente a los ojos a Ernesto. Temí lo peor.

—¿Cómo y cuándo ocurrió? —dijo entonces mientras desarmaba los puños y tendía sus manos abiertas sobre la mesa.

—Ayer, a las siete de la mañana, te asaltaron a punta de pistola en la parada del 223…

—¡Ya recuerdo! —exclamó, pero no era la primera vez que recordaba: ya habíamos repetido la escena en varias oportunidades. Sin embargo, en esta ocasión no cometimos el error de soltarle las manos durante el regreso.

Poco después, al entrar en la funeraria, doña Marta le dijo:

—¡No le vuelvas a hacer esto ni a Dios ni a tu pobre madre! —Y de inmediato lo condujo hasta el féretro.

Seguidamente, la mujer nos dio las gracias.

—No hay nada que agradecer —mentimos al unísono y salimos a tomar aire.

Habíamos cumplido con la promesa que la vieja nos había arrancado a fuerza de lágrimas, pero también le habíamos fallado a Felipe y a su evidente voluntad de olvidar y de seguir por aquí.

Fenris
08 de October de 2018 / 09:35
La promesa 08 de October de 2018 / 09:35
Fenris
Taller, seleccionada. 10 de October de 2018 / 03:43
Tequila
 

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