Las gárgolas sufrían gran envidia de las esculturas que no tenían más obligación que la de estar ahí, dando belleza a las fachadas. Después de siglos de sufrimiento, se rebelaron contra su destino y cerraron sus bocas, aquella semana en que la lluvia no paró de caer con fuerza sobre la región.
El peso del agua se acumuló sobre los tejados que no podían contenerla y que caía, cada vez con más fuerza, dentro del templo donde se elevaban los rezos y los cánticos. Por fin, pasados tres días, cesó el diluvio.
Los vecinos, indignados, destruyeron las viejas figuras de piedra, culpables de tamaño desastre, y las cambiaron por toscos tubos de metal sin alma.
F.C. Perezcardenas
26 de September de 2018 / 13:50
Sel. del 19: Respuesta visceral (por Pasaba por aquí) 26 de September de 2018 / 13:50
F.C. Perezcardenas
 

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