Si lo hubiera hecho a cambio de dinero, como las otras. O si se hubiese confesado de lujuria. Pero no. Ella sostuvo que entregaba a su cuerpo a ricos y pobres, nobles y clérigos, mozos y ancianos, y a esclavos, tullidos y deformes solo por regalarles unos instantes de felicidad. Tras el juicio fue condenada a la hoguera y el obispo, nuestro señor, ordenó, para público escarmiento, que una efigie de la endemoniada se colocase, a modo de gárgola, en las techumbres de la catedral.

Encargose el trabajo al jefe de los canteros el cual, temiendo que le hicieran correr la misma suerte, deformó los ojos de la mujer hasta hacerlos saltones, como de rana, le hizo abrir la boca en una mueca atroz que dejaba ver cinco hileras de dientes y cubrió su cuerpo de escamas. Mas, al llegar a los senos, escondidos bajo alas de murciélago, no pudo evitar modelarlos enhiestos como cálices y mullidos como alas de ángel, como tantas veces habían palpitado entre sus manos.

Desde entonces, en las noches de lluvia, las sombras se agolpan bajo su figura. Mientras las demás gárgolas vierten el agua que se acumula en los tejados, de los pechos de la endemoniada manan dos fuentes de leche dulce y tibia que regalan a los menesterosos unos instantes de felicidad.
Rudolf
16 de September de 2018 / 23:39
Caridad 16 de September de 2018 / 23:39
Rudolf
Taller 18 de September de 2018 / 09:06
José M. Nuévalos
 

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