Mientras amamantaba al recién nacido, su esposa alababa las alas membranosas, la cola terminada en cabeza de serpiente y los feroces cuernos retorcidos, herencia indudable de su pétrea estirpe. Él observaba con recelo los ojos de esmeralda y aquellos mohines juguetones que no le resultaban familiares. La noche que la criatura abandonó su puesto defensivo en la techumbre para recorrer los desvanes en busca de ratoncillos, el vómito rabioso de la gárgola macho corroyó, hasta dejarlo irreconocible, el Nacimiento de la portada de la catedral.
Marjorie
14 de September de 2018 / 20:31
Genealogía 14 de September de 2018 / 20:31
Marjorie
Taller 16 de September de 2018 / 15:04
Mónica Brasca
 

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