Desde mi recamara se ven las esculturas que adornan las fachadas de la iglesia. El padre Juanito mandó a que me pasaran a un cuarto en el ala donde duerme él. Unos cuantos pasos lo separan de mi puerta y no tiene que atravesar, como antes, el patio sin que lo vean. En noches como esta entra y se quita sus hábitos, se para frente a mis ojos y me muestra su pene erecto tieso como las gárgolas musgosas que cuelgan de la decrepita fachada del templo.
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Marcial Fernández
 

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