Fui yo quien me empeñé, tras la muerte del padre de Ernesto, en visitar a mi suegra con regularidad. Mi novio detestaba aquel hogar donde su temperamento generoso y despreocupado se había visto asfixiado por las estrictas virtudes del orden y el ahorro. ¿No te da pena verla tan sola?, argumentaba yo. Él, a regañadientes, cedía. Cierta tarde la repentina bajada de temperaturas, unida a un ligero catarro, lo obligaron a aceptar el jersey gris tejido a mano que le ofreció Úrsula con inusual ternura. Desde entonces el orden obsesivo, el maniático control de cada gasto, la inflexible organización del tiempo fueron fuente de conflictos entre nosotros hasta que una noche Ernesto me abandonó para volver a la casa de su infancia. Pronto se dejó una perilla como la de su difunto padre y cortó su hermoso cabello rizado, que encaneció repentinamente. En una ciudad pequeña era inevitable encontrárselos, paseando del brazo con aire circunspecto.

Meses después comenzaron sus visitas, tristes y ceremoniosas, como si fuera yo la viuda y ellos los dolientes padres de un muerto. Y aquí sigo, recibiéndolos los miércoles, de siete a ocho y cuarto, con un jersey de rayas de colores tejido a mano guardado en el cajón de la cómoda y la esperanza de que una tarde un ligero catarro, unido a la repentina bajada de temperaturas, me devuelva lo que me pertenece.
Geminis
14 de August de 2018 / 10:23
De ida y vuelta 14 de August de 2018 / 10:23
Geminis
Taller 16 de August de 2018 / 18:09
Mónica Brasca
 

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