Como todos los días, Rocío se levantó al amanecer, desayunó un vaso de jugo de naranja con galletitas y salió a trotar por el parque acompañada de Margot. A poco, descendió una tenue niebla que, conforme recorrían los arbolados senderos, se volvía más y más densa. Al punto de que Rocío se detuvo de golpe por miedo a tropezar; pero la perra, que iba un par de pasos por delante, siguió andando.

—¡Margot, cariño, acá estoy! —voceó presurosa la mujer.

Y la perra comenzó a ladrar como si se alejara hacia los cuatro puntos cardinales. Acto seguido, Rocío sacó del jogging su celular, pero la niebla se había vuelto tan impenetrable que aun a medio palmo de sus ojos no alcanzaba a distinguir las aplicaciones. Entonces, se dejó caer de rodillas y se largó a llorar, hasta que unos pródigos y amables lengüetazos le ahogaron las lágrimas.

—¿Se encuentra bien, señora? —quiso saber una voz.

—Creo que sí —dijo la mujer mientras el hombre la ayudaba a ponerse de pie.

—Su perra es muy inteligente: se sentó a mi lado, me agarró con delicadeza de una manga y me trajo hasta aquí. ¿Cómo se llama?

—Margot —dijo Rocío mientras acariciaba la cabeza del animal.

—¡Ah, nombre de tango, entonces es de las mías! —exclamó el hombre, y puso en manos de la mujer la correa de la perra y un bastón.

—Gracias —dijo Rocío sin entender del todo este último objeto, y, para sorpresa del hombre, agregó—: ¡Ojalá que esta bendita niebla se disipe de una vez! —Y se dejó guiar por la perra bajo aquel sol espléndido que inundaba el parque.


Vasilisa Ivanova
08 de August de 2018 / 09:08
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Vasilisa Ivanova
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Tequila
 

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