Les vendieron la más reciente invención para ejecutar al dictador. Lo ataron con correas al respaldar y a los brazos del asiento metálico. Al pasar los minutos, el tirano no moría envuelto en la intimidad de una nube de humo con un ligero olor a carne quemada, como lo decía el instructivo. Al reconocer su error, los insurgentes le perdonaron la vida. La revolución volvió a las montañas, al terreno agreste, desde donde luchaba por traer los adelantos tecnológicos al territorio. Mientras, el nuevo monarca gobernaba sentado en su silla eléctrica.
Malvadisco
19 de May de 2018 / 04:58
El trono 19 de May de 2018 / 04:58
Malvadisco
selección 26 de May de 2018 / 18:18
Carmen Simón
 

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