Exhausta por el esfuerzo, miró a la comadrona. Ésta, con un pequeño cuerpo inmóvil derramado en sus brazos, negó con la cabeza. Las lágrimas de la madre se mezclaron con sudor. Tras un lapso interminable, doloroso, un grito de vida entró por sus oídos llegando hasta el cerebro, y después, hasta un corazón aliviado. Todavía, a veces, le vuelvo a gritar: “¡Estoy vivo!”.
José M. Nuévalos
28 de March de 2018 / 02:49
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José M. Nuévalos
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José M. Nuévalos
 

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