Ayer me desperté con la novedad de que tenía una palabra atorada en mi oído izquierdo. Al principio, era apenas un susurro, “Amor, amor, amor”, pero de a poco fue convirtiéndose en un rugido, “¡AMOR, AMOR, AMOR!”. Resultaba obvio que desde que Angélica se fue, eso era lo que me faltaba, pero qué derecho tenía aquella palabrita para venir a torturarme. Además, por qué se había atorado en uno y no en los dos, me preguntaba, mientras me lavaba alocadamente el oído en cuestión.

Poco después, las cejas del otorrinolaringólogo se elevaron como nubes en su frente.

—Nunca había visto algo así… parece, en efecto, una palabra, aunque la grafía, me atrevería a decir, debe pertenecer a un colega —dijo, y se festejó el chiste.

—¡Mire —exclamé—, de un colega o del Papa, sólo quiero que la saque de allí!

—Veamos —dijo, y tomó una pequeña pinza que introdujo en mi conducto auditivo.

Yo sentía que la palabra no quería destrabarse, que chillaba y pataleaba dentro de mi oído, pero, de repente, volvió a ser un susurro, y luego sobrevino el silencio.

—¡Aquí está! —dijo el médico, tras depositar la palabra sobre una bandeja.

Y cuando nos acercamos para observarla en detalle, la palabra devino en un pequeño Cupido de alas negras que, entre risas y piruetas, se esfumó rápidamente.

Hoy, al despertar, me saqué los algodones de los oídos y suspiré… en vano. ¿Otra palabra? se había quedado atorada, esta vez, entre mis cuerdas vocales, y no podía dejar de repetirla. Pero ésa ya es otra historia.
Anubis
18 de March de 2018 / 06:26
Troyano 18 de March de 2018 / 06:26
Anubis
taller 25 de March de 2018 / 11:43
Carmen Simón
 

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