Tras tapar el balde, la mujer marchó a la cocina. Y se puso a lavar los platos que había dejado escurriéndose. Entre uno y otro miraba la hora. “¿Cuánto tiempo necesita un gatito para ahogarse? ¿Cinco minutos, diez?”, se preguntaba. Nunca había hecho algo así y no quería destapar el balde antes de tiempo. Decidió esperar media hora y se puso a lavar los platos por tercera vez…

—¿Qué le voy a decir a mi hija cuando vuelva del colegio? —murmuró de pronto, y se respondió en voz alta y firme—: La verdad… que no tenemos espacio para cinco gatitos más, y que tampoco dispongo de tiempo para buscarles casa…

Se imaginó la carita llena de lágrimas de la niña. “¿Por qué la verdad siempre resulta ser una porquería?”, pensó, y miró la hora. Treinta y tres minutos. Pesadamente salió al patio y destapó el balde. A la sorpresa inicial le sucedió una generosa sensación de alivio.

—¡Jamás volveré a hacer algo como esto! —dijo, y se llevó para el living el balde con aquellos cinco pececitos que maullaban de hambre.



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