Trajeron la caja, rustica forrada de tela blanca; aun olía a pino. La tapa estaba atornillada de modo que nadie pudiera abrirla. La descansaron en el centro de la sala de la casa sobre cuatro sillas. Alguien hizo una cruz con cal debajo del ataúd y se encendieron veladoras. El cura de la Santísima fue quien vino a darle la bendición al féretro. Cuando el padre termino de orar se acercó a la mamá del muerto, —¿Quién me paga? — pregunto.
La madre contuvo su llanto unos segundos, busco a su marido y al no encontrarlo, meneo la cabeza en gesto negativo, pero el dolor la volvió a invadir y ya no pudo contestar.
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11 de December de 2017 / 02:37
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Dakiny
 

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