Me llevaron mis padres al bar Miami, donde teníamos una cita. Me bajaron del cochecito y comencé a jugar con otros niños. Entré en la angosta Calle Libreros montado a toda velocidad en mi bicicleta nueva, ya sin ruedines, recién comprada en la juguetería Antonio, de la Avenida. Al llegar a la esquina, camino del colegio, me tropecé con don Victor, el maestro, —más matemáticas y menos correr, me dijo—. Acompañé a mi novia, a casa de sus padres, parándonos en todas las tiendas de ropa, muebles, en las de trajes de boda y en inmobiliarias. De vuelta, por la Calle Francos, fui con mi mujer a buscar un cochecito y ropa para los mellizos y a darle una vuelta a mi madre, que desde que enviudó, no salía de casa. Me sonó el teléfono, no eran horas y discutí con mi jefe. Para tranquilizarme, me senté en un café que habían abierto en el local de la antigua juguetería, y me tomé una copa de coñac leyendo las noticias de economía, que tanto me preocupaban, por la bolsa de pensiones. Me levanté con la ayuda de mi bastón y volví al bar Miami.
No recordaba con quién había quedado, pero al verla la reconocí inmediatamente: pálida, enjuta, vestida de negro y de mirada penetrante, siempre tiene reservado el momento para tomar una copa con cada uno de nosotros.
Crispín
12 de November de 2017 / 08:18
El paseo 12 de November de 2017 / 08:18
Crispín
 

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