Anónimo
El viejo pino, retorcido, gris y seco, vencido por las sombras y el viento, reptaba bajo el aroma verde y vivo del bosque de coníferas que lo rodeaban. Vi entonces entre sus ramas, sobre el tocón de una antigua poda, unas pequeñas acículas que, sin ser un milagro de la primavera, retaban a su certera muerte.
No era el olmo de don Antonio.
No era el Árbol de la Vida.
No era el General Sherman.
No era el monstruo que vino a verme, o a vernos.
No era Bárbol.
No era el Drago Milenario.
No era el Árbol del Bien y del Mal, que nos enseñó a dudar.
No era el Sauce Boxeador.
No estaba en el bosque que amparó a Blancanieves, ni en el de los Ents, ni en Sherwods, ni estaba jugando o cantando en el Bosque Encantado.
Pero estaba allí, y yo lo vi.
No era el olmo de don Antonio.
No era el Árbol de la Vida.
No era el General Sherman.
No era el monstruo que vino a verme, o a vernos.
No era Bárbol.
No era el Drago Milenario.
No era el Árbol del Bien y del Mal, que nos enseñó a dudar.
No era el Sauce Boxeador.
No estaba en el bosque que amparó a Blancanieves, ni en el de los Ents, ni en Sherwods, ni estaba jugando o cantando en el Bosque Encantado.
Pero estaba allí, y yo lo vi.
Crispín
02 de November de 2017 / 09:44
02 de November de 2017 / 09:44
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