'Niñito'
Augusto masticó un 'niñito' que le dio María Sabina. Cerró los ojos y entró al espejo.
Llegó al bosque y preguntó a un Monterroso azul si jugaría con él una 'mano' de dominó. Ahí las fichas eran ficheras y la mula del 12 era bien acémila y la 'sopa' la hacía Maruchan.
Augusto estaba en la mesa frente a ese Monterroso Y jugaron la partida con civilidad.
—¿Insistes en ver al dinosaurio que está y no está? —preguntó el azuloso.
—Sí. Es el avalado para textos breves—respondió.
—Entonces, sígueme —contestó el azulado.
Caminaron y llegaron ante al ictiosaurio que tomaba el sol.
—¡Arriba! Llevalo con el dinosaurio que está y no está para que hablen en corto! —gritó el azulino y se fue dando saltitos.
Augusto se sintió incómodo con el ictiosaurio porque tenía mal aliento y guardaba el silencio en su bolso. Dieron un rodeo para no toparse con las ovejas que ennegrecían prados.
Llegaron al estanque y en lo alto del chorro estaba y no estaba el dinosaurio. Se lamentaba.
—Por qué gimes —preguntó Augusto.
—Porque me buscas para usarme —musitó el saurio.
El ictiosaurio rió como río.
—Si te describo tal y como no eres tendría que hacer uno largo; no, menos, cinco textos largos —contestó.
La bestia espetó:
—Amo aparecer en historias extensas porque ando a mis anchas en la mente de los lectores y es de mal gusto que en afán progresista economices palabras. Los latigazos del instante, la insobornable brevedad de ser y todas esas artimañas no son bien vistas por acá. ¿Te gustaría aparecer como sombra aterradora? —reflexionó.
—La concisión es lo de hoy —reviró Augusto.
El dinosaurio se disgustó con el necio y se fue, y sí se fue.
Augusto sonrió, quiso acariciar la cola del saurio, cayó de la cama y se puso a escribir. Cuando despertó, María Sabina aún seguía ahí.
Llegó al bosque y preguntó a un Monterroso azul si jugaría con él una 'mano' de dominó. Ahí las fichas eran ficheras y la mula del 12 era bien acémila y la 'sopa' la hacía Maruchan.
Augusto estaba en la mesa frente a ese Monterroso Y jugaron la partida con civilidad.
—¿Insistes en ver al dinosaurio que está y no está? —preguntó el azuloso.
—Sí. Es el avalado para textos breves—respondió.
—Entonces, sígueme —contestó el azulado.
Caminaron y llegaron ante al ictiosaurio que tomaba el sol.
—¡Arriba! Llevalo con el dinosaurio que está y no está para que hablen en corto! —gritó el azulino y se fue dando saltitos.
Augusto se sintió incómodo con el ictiosaurio porque tenía mal aliento y guardaba el silencio en su bolso. Dieron un rodeo para no toparse con las ovejas que ennegrecían prados.
Llegaron al estanque y en lo alto del chorro estaba y no estaba el dinosaurio. Se lamentaba.
—Por qué gimes —preguntó Augusto.
—Porque me buscas para usarme —musitó el saurio.
El ictiosaurio rió como río.
—Si te describo tal y como no eres tendría que hacer uno largo; no, menos, cinco textos largos —contestó.
La bestia espetó:
—Amo aparecer en historias extensas porque ando a mis anchas en la mente de los lectores y es de mal gusto que en afán progresista economices palabras. Los latigazos del instante, la insobornable brevedad de ser y todas esas artimañas no son bien vistas por acá. ¿Te gustaría aparecer como sombra aterradora? —reflexionó.
—La concisión es lo de hoy —reviró Augusto.
El dinosaurio se disgustó con el necio y se fue, y sí se fue.
Augusto sonrió, quiso acariciar la cola del saurio, cayó de la cama y se puso a escribir. Cuando despertó, María Sabina aún seguía ahí.
Meminero Tui
17 de October de 2017 / 22:33
17 de October de 2017 / 22:33
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