Cambio de roles

Al ver que el anciano se vestía de traje, se perfumaba, se afeitaba, todos los viernes antes de acostarse a dormir, la nieta le preguntó:
—Abuelo ¿por qué te cambias como si vas a salir?
El viejo, mientras se ajustaba la corbata, respondió:
—Te lo diré, pero no le digas a nadie ni a tu mamá ¿sí?
La niña se puso una mano en el pecho.
—Te lo prometo— juramentó.
—Cada viernes, mientras duermo, viene tu abuela y nos vamos a bailar.
La niña abrió los ojos y sonrió.
—¿Y en el Cielo le dan permiso de bajar? ¿y puede bailar todavía?—Inquirió.
—Sí. Ella es un ángel incansable; en el sueño los dos estamos jóvenes, como en el baile cuando me la robé— dice el abuelo, suspirando.
—Me le das muchos besitos y dile que la amo— encomendó la chiquilla.
Al paso del tiempo, un sábado el anciano amaneció sin vida y con una sonrisa. La pequeña se acercó al oído del difunto y susurró:
—Esta vez fue ella la que te robó, abuelo. Que la pasen bien. Los quiero.