El sacerdote, no quiere otorgar la bendición hasta que no sigan sus indicaciones. Y la caja yace a un lado de la tierra hollada. La viuda con el vestido negro, enfangado a causa de la lluvia, abraza el ataúd mientras llora histérica. La mujer del jefe de enterradores la levanta y los hombres alzan la tapa. Va a oscurecer: El tiempo apremia. Uno de ellos saca de una bolsa pinzas para extraer los caninos del difunto. Otro saca hilo y aguja para coser las mandíbulas. El ultimo coloca el trozo de palo en el pecho y lo entierra con golpes secos y sordos. Entonces el sacerdote deposita monedas de plata en los parpados cerrados del muerto, lo salpica con agua bendita y le otorga el perdón de los cielos: aunque para este ser ya hay un lugar reservado en el infierno.
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aguila descalza
 

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