Que sea lo que Dios quiera, pensé. Me persigné y toqué el timbre.
Cuando se abrió la puerta, me recibió un exquisito olor a lomo al champiñón, el menú prometido. El dueño de casa me hizo pasar. Dejamos atrás un living moderno, avanzamos por el comedor; alcancé a ver, a un costado, una cocina impecable. La mesa para dos estaba dispuesta en el jardín, con velas, flores, delicada vajilla, copones y un decantador de vino. Se había esmerado mucho en agasajarme; tanto como yo había dudado en acceder a la primera cita desde mi divorcio.
—Está todo perfecto —dije.
—Falta un detalle para que podamos cenar en paz —dijo él.
Y encendió varias antorchas estratégicamente ubicadas en el patio. Me llegó un aroma fresco y cítrico. Era el viejo y familiar olor a citronela, que para mí es decir mar, hijos chicos, amor garantizado: el aroma predominante en el hotel de playa donde pasábamos las vacaciones.
En toda la noche no hubo champán ni halagos que pudieran hacer volver la magia que la citronela había ahuyentado, además de los mosquitos.
Alameda
19 de April de 2023 / 00:14
RECUERDOS ENVASADOS 19 de April de 2023 / 00:14
Alameda
Me gustó 19 de April de 2023 / 09:08
kyo
Gracias por los comentarios. Saludos. 20 de April de 2023 / 01:49
Alameda
Taller 20 de April de 2023 / 13:41
Eliana Soza
Gracias, Eliana. Aquí la nueva versión: 21 de April de 2023 / 02:09
Alameda
Seleccionado 21 de April de 2023 / 04:35
Eliana Soza
 

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